Adviento:
¡Queda decretada la esperanza!
Rvdo. D. José
Luis Guerra de Armas.
Profesor Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias.
Diócesis
de Canarias.
Párroco
de San Francisco de Asís.
Alameda de Colón. Las Palmas del G.C.
Hubo un
tiempo en el que el Año Litúrgico marcaba el ritmo de la vida del hombre. Las
fiestas cristianas, enraizadas en otras fiestas preexistentes y cargadas de
nuevos contenidos, iban escribiendo una partitura a la que todos los músicos
tenían que someterse. Tocaran el instrumento que tocaran. Hoy todo es diferente. Poca gente sabrá que
mañana comienza un nuevo año litúrgico, que mañana comienza el Adviento y, sin
embargo, un
grupo significativo de ciudadanos se reunirán para iniciar un nuevo
calendario, un tiempo para leer la historia de
todos los días desde la hermenéutica de Dios.
Malas
horas para evadirnos de lo inmediato. De ese reloj que marca con adelantos o
retrasos la violencia gratuita, injusta,
absurda. En Siria, en París, en Ankara, en Irak, en Mali o
en China, horarios diferentes, distinta repercusión mediática, pero la misma sin razón y el mismo dolor. ¿Verdaderamente,
empezará mañana algo nuevo? ¿No sería mejor, como en el chiste de Mafalda, que
el mundo se parara y nos bajáramos todos?
Nostalgias
aparte, hoy ha amanecido, como esperamos que amanezca mañana y lo que procede es
vivir. ¿Verdaderamente esto no tiene salida? ¿Es la muerte la que lo invade
todo? Impresiona escuchar y pararse ante los testimonios de muchos ciudadanos
que golpeados muy cerca por los kamikazes de la destrucción y del miedo en Paris, reaccionan apostando por dar la
cara, por seguir con la normalidad, convencidos de que la razón siempre estará
de su parte. Al final triunfará la democracia, repiten como un mantra, y
continúan con la compra doméstica o la recogida del niño al final de clase en
Saint-Denis o en cualquier otro barrio. Ingenuidad pura y dura, dirán muchos, ¿Pero, por qué no, determinación
y fe en lo que creen hasta el punto de inmunizarles frente al pánico? Mantener la serenidad frente al desastre y
actuar con eficiencia no es fácil, pero
es la única salida para lograr no sólo resistir sino triunfar sobre el
mal. “Cuando vean todos estos desastres, no pierdan la calma” dice el Evangelio, y muchos “justos” anónimos
han preferido permanecer de pie antes que arrodillarse doblados por el terror.
No, éste no es un ejercicio apto para pusilánimes y, por eso, ¡Chapeau!
A esa
capacidad la llaman resiliencia, esa
“cólera blanca,” de la que habla Ch.
Peguy. La echamos de menos en los momentos adversos y resulta imprescindible no sólo para permanecer en pie sino también para superar
la dificultad. El mejor regalo que le podemos hacer al enemigo que quiere
inocularnos el miedo es vivir agazapados. Estas situaciones de dificultad tienen el raro poder de hacer
emerger lo peor que hay en el hombre, pero también lo más grande y hermoso: el
odio y la intolerancia hasta la muerte al
que es diferente y la grandeza de esa
carta del marido de una de las víctimas
de Bataclán, convertida en información viral en las redes sociales. En ella, el
autor, confiesa a los terroristas: “No
os haré el regalo de odiaros. Si ese Dios por el que matáis nos ha hecho a su
imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer habrá sido una herida en el corazón
de Dios…Vosotros lo habéis buscado y sin embargo responder a vuestro odio con
mi cólera sería ceder a la misma
ignorancia que ha hecho de vosotros lo que sois.”
Desarma
y conmueve tanta grandeza, pero no podemos ser incautos y, mucho menos,
arriesgar la vida de los demás. En estos momentos difíciles, dice el Papa
Francisco, no debemos blindarnos en nuestras Iglesias, alimentar la sospecha, pero
tampoco facilitar la estrategia del enemigo. La “sagacidad” también es
cristiana.
El papa
está en África, es un viaje contra el miedo. Ante los que abogaban por la
suspensión, dado el alto riesgo que conlleva viajar en estos momentos a esos
países, especialmente a Centroáfrica, Francisco decidió seguir adelante. El
Papa no teme a la muerte, es evidente, pero tampoco es un kamikaze. Por ello se
montarán dispositivos policiales y, si no hay señales constatables de peligro,
se cumplirá el programa de la visita a Kenya, Uganda y Centroáfrica. Suspender
el viaje no haría sino darle balas al enemigo. Se ha hablado también de
suspender el año jubilar que, llevará a Roma millones de personas el año
próximo, pero tampoco es solución. Nunca
el mundo ha tenido tanta necesidad de experimentar la misericordia de Dios como
en estos tiempos difíciles.
El
mundo, este mundo caótico, tiene alternativa y es preciso ponerla de
manifiesto, ritualizarla, levantarla con humildad, pero con toda la convicción
posible, frente a los que empuñan su
kalashnikov como respuesta. ¿Cómo? Ese
es el gran reto de la política, no de la religión. La religión nos ofrece,
debería ofrecer siempre, el liderazgo moral, la utopía, el sueño, el sentido y la belleza
de la historia, buscando siempre lo que une. Hará mal Europa, el mundo en
general, minimizando la religión o reduciéndola a los ámbitos privados. Es
obvia la fuerza de las religiones – son miles de millones - y, mientras unos se dejan matar por ella,
otros matan convencidos de que hacen lo
mejor, incluso a costa de auto-inmolarse. Conocer, estudiar, confrontar
el modo de vida de la gente, sus esquemas, valores y “cultura” – no olvidemos
que este término está emparentado con “culto” – es de sabios y exige su espacio
en la escuela. Hoy por hoy asignatura pendiente.
Empezamos
el Adviento, un tiempo para vivir despiertos, en alerta, conscientes de que
vivimos heridos de esperanza. Un tiempo para repostar. El futuro siempre será de aquellos que resisten y lo construyen, a pesar de la
cenizas. Muchos ya están en ello.