Rvdo. D. José Luis Guerra de Armas.
Profesor Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias.
Diócesis de Canarias.
Diócesis de Canarias.
Párroco de San Francisco de Asís. Alameda de Colón. Las Palmas de G.C.
"Acabamos de
celebrar la Navidad. Una fiesta que ha hecho cultura como pocas, aunque no es
la fiesta principal de los cristianos. El centro del Año cristiano es la Pascua
y el “dies natalis” de Cristo sólo se fijó definitivamente en el calendario de
Roma en el siglo IV. De la fiesta de Pascua ya tenemos noticias en el siglo II
y, algunos – sin grandes argumentos, todo sea dicho – hablan incluso de que
tenemos noticias indirectas de una Pascua anual en
tiempos de los apóstoles. No
es fácil apuntarse a una afirmación como
ésta, aunque sí existía ya, desde los
orígenes del cristianismo, una fiesta anterior a cualquier otra, el domingo. Fiesta primordial y el embrión de todo el Año
litúrgico.
Y junto al
natalicio de Niño, su cortejo. Los mártires, un grupo de santos que
ocupan los días inmediatos a la Navidad en el calendario litúrgico de la
Iglesia: San Esteban, los santos inocentes y San Juan. Son los primeros que
entran a formar parte de ese desfile incesante de hombres y mujeres que
llamamos santos.
Hablar de
martirio en Navidad, cuando hasta se firman treguas de paz para que las ráfagas
de metralleta o las imágenes violentas no nos rompan la digestión, no parece
políticamente correcto. Pero hay que hablar. Este cortejo que nos ofrece el
almanaque día a día, es una apuesta navideña, sin trampa ni cartón, por la
historia. Y la historia es como es, no como nos gustaría que fuera. Nuestra
idealización del pasado y de todo lo que rodea el nacimiento de Cristo, nos
lleva con frecuencia a olvidar las circunstancias desnudas y dramáticas de una
familia de desplazados que hoy emergen como sombras de un espejo roto en los
miles de prófugos que buscan posada .
Muchos de
estos prófugos son cristianos. Huyen no sólo de las bombas, sino también de un
sistema que les niega ser lo que son: cristianos. Abandonan una tierra
calcinada e inhabitable donde han vivido desde mucho antes que sus verdugos.
Son el resto de aquellas primeras comunidades cristianas, memoria de aquella
memoria primera, que hasta mantenía viva la lengua materna de Jesús, el
arameo. Son las raíces de un colectivo
que llamamos cristianismo y cuyo sino es el martirio.
¿Dentro de
diez años habrá espacio para el cristianismo en Medio Oriente? ¿Por entonces, los cristianos serán
exterminados o expulsados de su propia tierra? Mirando los resultados de lo que
pasa, por ejemplo en Irak, los temores son fundados: del millón de cristianos
en el año 2002 – 2003, se ha pasado hoy a 275.000.
Es una hemorragia
masiva con réplicas en Siria, en Pakistán y hasta en diez países de nuestro
mundo, donde ser cristiano es una condición de alto riesgo. En China, Eritrea,
Irán, Arabia Saudita, Libia, Nigeria, Sudán o Corea del Norte identificarse
como cristiano es pasar a la lista negra y, desgraciadamente, la lista aumenta
cada año.
África en
general, considerada hasta hoy como la esperanza más espléndida para la Iglesia
del futuro, está viendo cómo avanzan los grupos fundamentalistas en países como
Kenya y Tanzania. Y allí donde no actúan
los extremistas, son las autoridades de turno y las leyes las que oscurecen el
horizonte.
“Hoy hay más
mártires en la Iglesia que en los primeros siglos” afirmaba, no hace mucho, el Papa Francisco en una de sus homilías en Santa Marta. Y el patriarca caldeo de Bagdad entrevistado
en una radio italiana con motivo de la
apertura de la puerta santa de la catedral más importante del país, dedicada a “Nuestra
Señora de los Dolores”, afirmaba: “Somos verdaderamente una Iglesia de
mártires. Hay guerras, ataques, raptos y amenazas, pero sobre todo hay muerte.
A lo largo de los últimos doce años han sido asesinados un obispo, cinco
sacerdotes y 1267 laicos que han entregado su vida por su fe. Hombres y mujeres a los que ni siquiera se
les ha dado la alternativa de huir de la planicie de Nínive. De allí tuvieron
que salir, en una sola noche, más de 120.000 cristianos, abandonándolo todo,
por fidelidad a su fe.” Perseguidos y,
lo que resulta más insultante, olvidados.
Son hombres y
mujeres anónimos que, en algunas ocasiones, muy contadas, podemos identificar,
ponerles rostros. Cuando sucede, el mundo global se conmueve y se moviliza, pero
son miles los que quedan en la oscuridad. Uno de esos rostros es el de Meriam
Ibrahim, cristiana sudanesa, condenada a muerte por apostasía, obligada a dar a luz en la cárcel y sólo
liberada después de una campaña internacional, o el de Asia Bibi, aún
encarcelada en Pakistán y en espera de la ejecución a muerte por blasfema, a
pesar de las peticiones de clemencia llegadas
de los cuatro puntos cardinales.
Son la punta
de una pirámide, sumergida en el mar de la indiferencia, que lo invade todo. Los
heridos de Dios que le dan al belén viviente, que es la historia, el
contrapunto de locura, encarnada en otro tiempo en Herodes y que sigue ahí. Son
los cientos de niños ahogados en el Mare Nostrum, hoy menos nuestro y más de
aquellos que lo habitan como fosa común. Son los santos inocentes - más de 700 en este año – cuyos diminutos
cuerpos han quedado sembrados en las
playas turcas y griegas, rechazados por la resaca de las olas para que no cerremos los ojos. Hoy siguen muriendo
inocentes. Son los santos inocentes y el cortejo de este Rey desplazado, sin
techo, amenazado desde la cuna, sigue aumentando y cambia a mucha velocidad. La
mística de la misericordia es una mística de ojos abiertos. ¿Estos, quiénes son
y de dónde vienen? ¿Por qué?"