LOS PASOS MÁS ALLÁ DE LA PUERTA ABIERTA.
Rvdo. D. José Luis Guerra de Armas.
Profesor Instituto Superior de Teología de las Islas
Canarias.
Diócesis de Canarias.
Párroco de San Francisco de Asís. Alameda de Colón. Las Palmas de G.C.
Dos imágenes
contrarias. Una puerta que se abre y unos accesos a la plaza donde los
controles son exhaustivos y penosos. Es el retrato puro y duro de nuestra
sociedad. Por una parte, el buenismo de
los “justos”, esa minoría creativa que hace avanzar la historia y, por otra, la
necesidad real de desarmar cualquier atisbo que ponga en peligro la seguridad.
Es el miedo al otro que se ha instalado, no sin razones, en este mundo nuestro.
Se exhibe sin pudor y, después de los
atentados de París, es un virus. Previsión, no sólo frente a las posibles incidencias en cualquier aglomeración humana, sino ante el
otro que, bajo su apariencia de normalidad,
puede convertirse en un peligro real. El otro, ese personaje sin rostro, desconocido, y por lo mismo, sospechoso.
puede convertirse en un peligro real. El otro, ese personaje sin rostro, desconocido, y por lo mismo, sospechoso.
Muchos titulares del
día siguiente, como después de toda manifestación política que se precie, daban
cifras de los congregados en la Plaza de San Pedro para abrir la puerta Santa.
En muchos de los titulares la decepción era obvia. ¿50.000, 100.000 peregrinos?
¿Muchos o pocos? Los justos. Lejos, sin duda, de las grandes aglomeraciones de
otros momentos, 200.000 y hasta 300.000 personas, pero lo suficientemente
mediático como para ritualizar ante los hombres y mujeres de buena voluntad el significado
de abrir la Puerta de un año santo. Posiblemente en febrero cuando los restos
del Padre Pío, sean expuestos en San Pedro como icono de esa misericordia de
Dios que impartió a través del sacramento de la reconciliación, la plaza se
atiborrará como en sus mejores tiempos. Por ahora el terrorismo no ha permitido
curar el miedo, pero todo apunta a que
las terrazas de Roma volverán a llenarse
de turistas. La memoria colectiva es muy débil.
Bien es cierto que
este es un año jubilar diferente. Habrá puertas santas en toda la geografía eclesial y Roma ya no será esa meta definitiva y única
que, por motivos coincidentes, también añoran las Arcas Municipales y
Vaticanas. Evidentemente es un Año Santo low cost, pero esto no es negativo,
sino todo lo contrario. Las puertas se han abierto, incluso antes de la de San
Pedro, en la Catedral de Bangui convertida el 27 de noviembre en el centro del
mundo. Mañana se abrirá la Puerta Santa en la Catedral de Santa Ana, como en el
resto de Catedrales, pero también se abrirán, en Teror, la Puerta de la basílica del Pino y la Puerta
de San Juan de Telde, santuario del Santo Cristo. Esto sucede, por primera vez
en la historia de los años jubilares y
Roma, aunque sigue manteniendo su evidente centralidad, se pone en camino hacia
las periferias del mundo. Un tema prioritario en Francisco.
Puertas que se
abren simbólicamente en Tokio o en Erbil, capital del Kurdistán iraquí, pero
también puertas particulares como la del Albergue para pobres de Caritas
diocesana de Roma, junto a la estación Términi, y que el Papa abrirá
oficialmente el próximo 18. Unas puertas que se añaden a las puertas de las
cuatro grandes basílicas de la ciudad eterna y a las del santuario de la
Misericordia también en Roma. Una oferta de la Misericordia a domicilio, variada
y católica, que el Papa extiende hasta los mismos presos: “pues hasta las rejas
de la cárcel pueden ser transformadas en Puerta Santa”.
Si a estos ritos
sigue una verdadera acogida a las personas en dificultad, como ha escrito el
Papa en la Bula de promulgación el Año Santo, el Año jubilar recuperará parte
de sus características bíblicas: celebrado cada 50 años, tenía como prioridad
restablecer la justicia social entre los habitantes de Israel, sobre todo para
los marginados y descartados de entonces. En caso contrario no pasará de ser
una exaltación más del centralismo romano y del papado, característica de todos
los jubileos hasta ahora. Por eso mismo, lo importante no es atravesar la
puerta, lo importante serán los pasos que se den dentro.
“Entrar por esta
puerta – ha dicho el Papa en la homilía de la Misa de la Inmaculada – es
descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que a todos acoge,” nos
invita “a anteponer la misericordia al juicio” y a deponer toda clase de “miedo
y de temor”.
Y, ya que
recordábamos, justamente en ese día, los 50 años de la clausura del Concilio
Vaticano II, Francisco ha dedicado palabras significativas a este
acontecimiento: “Queremos recordar otra puerta que hace 50 años los padres
conciliares abrieron hacia el mundo”… “un encuentro entre la Iglesia y los
hombres de nuestro tiempo, marcado por la fuerza del Espíritu que empujaba a la
Iglesia a salir de las trincheras en las
que durante muchos años se había replegado”.
Al término de la
Misa, abrió el portón de San Pedro, atravesándolo, por primera vez junto a un
Papa emérito. Puso las dos manos sobre los cuarterones de bronce y empujó. Por
un instante la puerta pareció resistirse, pero Bergoglio insistió y la Puerta
Santa, con la complicidad de los ceremonieros desde el interior, se abrió de
par en par. Toda una metáfora. La impronta del Papa encuentra resistencias,
miedos, escepticismos, pero Francisco lo tiene claro: el espíritu del Buen
Samaritano que emergió del Vaticano II,
como Pablo VI recordaría en la Misa de la clausura del Concilio, sigue vivo.