José Luis Guerra.
Profesor del Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias.
El comienzo de la Cuaresma de
2016 ha sido una pesadilla. Peor, el comienzo de este año bisiesto ha desatado
de nuevo la caja de los vientos y todo parece adentrarnos en el caos: la caída
de las bolsas en China arrastra a los mercados del mundo, el derrumbe del
precio del petróleo desestabiliza a los productores, las economías de los
países emergentes se paralizan, Corea del Norte
alardea de poder atómico y en Europa, la crisis de los
refugiados,
alimenta una ola tóxica de nacionalismos que amenaza la nunca suturada unidad
europea. Mientras, se acuerda una paz débil para los próximos días en Siria y
todos corren a las armas para asegurar, en el tiempo que resta, las parcelas
conquistada. El Papa continúa en Méjico su llamada a valorar e integrar las
culturas indígenas, y en España el destino sigue en funciones: la llamada
segunda transición ni llega, ni se le espera.
En la barca donde vamos y
achicamos todos, también la Iglesia se esfuerza por remar, pero no es fácil.
Parece que hemos caído en uno de esos remolinos cerrados que sólo nos permiten
girar como condenados y, sin embargo intuimos, más aún, sabemos, que el futuro
sigue llamando y no necesariamente al suicidio colectivo. Esta es la gran
paradoja de la fe cristiana. A pesar de todo,
la última palabra nunca está reservada a la nada, ni a la muerte. La
Pascua nos delata: somos tercos, “porque
en esperanza hemos sido salvados”. Eso es todo.
No tenemos rastreos o análisis
que nos hagan particularmente optimistas frente a los malos agüeros, sí tenemos
la convicción de que el rio de la historia sigue adelante y por debajo de las
olas y turbulencias, las mareas siguen empujando hacia la playa. Aquello de los
renglones torcidos y Dios escribiendo
redondilla.
Estos días han sido pródigos
en sorpresas y, además de releer los discursos del Papa Francisco en Méjico, no
podemos dejar de subrayar su encuentro con el patriarca de todas las Rusias. En
estos tiempos en que las noticias se tapan unas a otras, esta historia merece
un flashback. Veamos: Los dos líderes religiosos han roto la distancia de 1.000
años. El cisma entre Roma y la Ortodoxia
había durado más de novecientos
años, del 1054 a 1965, pero estos últimos cincuenta años el dossier más difícil
en el camino ecuménico era, sin duda, la postura de la Iglesia rusa, la iglesia
ortodoxa más numerosa y la más ligada al poder político. Sólo, por esto, habría
que calificar el acontecimiento de histórico. Un encuentro que se parece mucho
al de Pablo VI y el patriarca de Constantinopla, Atenágoras, en Jerusalén en el
año 1965. También en su relación con las iglesias cristianas no católicas, el
Papa Francisco redefine la
geoestrategia del Vaticano.
En un aeropuerto. El Papa hace
del aeropuerto de la Habana un punto de confluencia de dos caminos eclesiales,
históricamente diversos, pero no extraños. Un “no – lugar” se convierte así en
un espacio de gran espesor espiritual y significativo que ha concluido con “una
declaración no política, sino pastoral…y que tendrá muchas interpretaciones,
muchas…” en palabras del papa a los
periodistas que le acompañaban de Cuba a Méjico.
Las primeras reacciones, y no
precisamente a favor, serán las de los llamados “uniatas”, un término pasado de
moda, pero que sigue hoy levantando sospechas, tensiones y problemas de
propiedad no resueltos, entre estas comunidades ortodoxas unidas a Roma,
presentes fundamentalmente en zonas de Ucrania, y Rusia. En el documento firmado por ambas
personalidades se habla del derecho a existir de la comunidad greco-católica
(esa tentativa de Roma para anexionarse partes de la iglesia ortodoxa), pero se
fijan, al mismo tiempo, los nuevos métodos para caminar juntos en el futuro:
nueva forma de ejercer el ministerio petrino, cese de cualquier tipo de
hostilidad confesional y el ecumenismo de la sangre de los mártires.
En estos tiempos de falta de
liderazgo, el gesto de Francisco y Kirill dice mucho de la necesidad de hombres
y mujeres de vértice – en política se les llama “estadistas” – capaces de
remover obstáculos considerados insuperables y abrir, de verdad, una nueva
transición. Eso que los cristianos llamamos en una de las plegarias
eucarísticas “caminos de esperanza”.
Francisco y Kirill son dos
hombres llegados a Cuba desde dos historias distintas, pero que tenían en común
eso que se denomina “iglesia”
identificada con un sistema político fuerte: en Latinoamérica un poder encarnado en las dictaduras
anticomunistas y en la Rusia soviética en la instrumentalización de la
ortodoxia. El camino recorrido por Francisco no deja dudas de su negativa a
cualquier tipo de confusión entre la iglesia y el poder político, el itinerario
de Kirill, sin embargo, tiene grandes detractores y hay quien ve detrás de él la sombra de Putin.
Sea lo que sea, el salto ha
sido dado y ahora se espera que el paso no se detenga. Queda mucho por hacer.
La declaración conjunta abarca varios temas: el martirio de los cristianos en
Medio Oriente y el norte de Africa, la necesidad de diálogo entre las
religiones, el desafío terrorista del fundamentalismo, la convivencia entre
ortodoxos y “uniatas” con Roma, la familia y el matrimonio, la defensa del
derecho a la vida, la secularización. Ahora lo importante será lo que venga a
partir del punto final. Las religiones están ahí, han sobrevivido a las
dictaduras que trataron de liquidarlas y sobrevivirán también a las teorías cientistas del momento, pero
hay que reinventar el camino porque el ecumenismo no es indiferente a la
política mundial. Se está en ello, la sinfonía de una unidad cristiana en la diversidad
puede empezar a sentirse y el sínodo pan-ortodoxo que tendrá lugar el próximo
julio en Creta no podrá ignorar lo que ha tenido lugar en Cuba. ¡Quién lo iba a
decir!...Lejos de los lugares clásicos de Europa, marcados por la geografía confesional, pero
también fuera de la América del Norte, hasta hace poco determinante en la
estrategia católica.
En esa especie de santoral
laico que nos impone la ONU, hoy es el día Mundial de la Justicia Social. Una
Jornada que se celebra todos los años el 20 de Febrero según una resolución,
aprobada por unanimidad, en el año 2007. Promover la igualdad de géneros, los
derechos de los indígenas y migrantes, eliminar las barreras que enfrentan a
los pueblos por motivos de edad, raza, sexo, etnia, religión, cultura o
discapacidad, es defender la Justicia Social.
La erradicación de la trata de personas, la pobreza, la promoción del empleo
digno y el acceso al bienestar social como derechos universales, son prioridades para todos. También para
católicos y ortodoxos, que más allá de
la doctrina del “filioque”, del pan ázimo o no en la Eucaristía, de una
liturgia más austera o más bizantina, de
la aceptación o reinterpretación de la primacía de Roma, confiesan a Cristo
como su único Salvador. Una fe que tiene que verificarse, no sólo en la
recitación de un mismo Credo, sino sobre todo, en una misma pasión por el
hombre. Nuestro mundo también espera la transfiguración. El encuentro entre
diferentes, la suma de esfuerzos en la lucha por una mayor justicia social es
la dirección obligatoria. Lo demás es correr contra sentido. Para eso hay que
dejar de lado mucha letra pequeña.