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DE MARZO,
DÍA EUROPEO
DE LOS JUSTOS
José
Luis Guerra. Profesor Instituto Superior de Teología. Diócesis.
Me decía un
amigo que vivir con un “santo” era una jodienda. Lo afirmaba con humor, pero
convencido de que hay santos, y él lo experimentaba en propia carne, que se les
notaba a la legua y no precisamente para hacer más agradable la convivencia. No
hablo de éstos, sino de los santos de al lado. De esos que están ahí, en la
clandestinidad, ocultos y sólo se les echa de menos cuando faltan. Son los “justos”,
esas personas de verdad, no que “tienen la verdad” o se sienten “dueños de la
verdad”, sino que son en carne y hueso, auténticos,
coherentes y generadores de cambio. Su fuerza está en no llamar la atención.
Forman parte, como afirma el Talmud judío
“… de esos 36 justos que cuando desaparezcan, el mundo acabará. No se
conocen entre ellos y cuando uno de ellos muere es inmediatamente sustituido
por otro. Se los representa como extremadamente modestos, humildes e ignorados
por el resto de las personas.” No son
seres imaginarios, “esas personas constituyen,
sin sospecharlo, - afirma Borges - los secretos pilares del universo.” Son los “Lamed Wufniks”, réplica del lamento de Dios a Abraham, que se queja en el
remoto capítulo 18 del Génesis, porque no encuentra en Sodoma diez justos por
los que mereciera la pena no destruir la ciudad.
Todos, a
pesar de su anonimato, hemos conocido a más de uno. Su humanismo es tan
sigiloso que nadie lo advierte y sin embargo su eficacia marca las líneas rojas
entre el cielo y la tierra.
Nació este
día para rescatar del olvido a hombres como Oskar Schindher que salvó a más de
mil judíos polacos de la Shoah. Muchos lo recordamos por la oscarizada película
de Spielberg. O al capitán nazi W.
Hosenfeld que protegió y salvó del
Holocausto al “Pianista”, película dirigida por Roman Polanski. Hombres que
desafiaron la ley bajo su responsabilidad individual, exponiéndose a pagar con
su propia vida, la opción por el bien. Encarnación permanente del eterno conflicto
de Antígona frente a Creonte, de la conciencia frente a lo legal.
El día
Europeo de los Justos es una jornada aprobada por el Parlamento Europeo el 10
de mayo de 2012 con 388 firmas. Se celebra cada año el 6 de marzo, aniversario
de la muerte de Moshe Bejski, sobreviviente del Holocausto, salvado por
Schindher y juez - presidente de la
Comisión de los Justos del memorial a la víctimas judías del nazismo en
Jerusalén.
En la
Declaración suscrita, leemos: “…el recuerdo del bien es esencial para el
proceso de integración europea, ya que enseña a las generaciones más jóvenes de
todo el mundo que siempre se puede elegir ayudar a otros seres humanos y
defender la dignidad humana, y que las instituciones públicas tienen el deber
de poner en relieve el ejemplo de las personas que logran proteger a los
perseguidos por el odio”.
Por eso,
este día va mucho más allá. El justo no es sólo el gentil que salvó la vida de
un hebreo, sino todo aquel que en cualquier situación y en cualquier rincón del
mundo, ante la injusticia institucionalizada y los crímenes de lesa humanidad, sabe
escuchar la voz de su interior. Una voz, por otra parte, clara y rotunda para
los seguidores del Justo por excelencia, que dejó en el Evangelio esta perla:
“El sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado”.
Pero, claro,
como decía el Papa Francisco hace unos días, Dios reconoce hechos, no palabras.
Y, por ello, todo este tipo de asuntos puede parecernos humo si queda sólo en
un documento. Sin embargo, los justos están ahí. No son héroes o un monumento
del pasado, son simplemente la verificación de que en cualquier hombre, también
en ese hombre o mujer de al lado, hay reservas para el cambio.
La cosa se
complica, cuando pasamos de los justos a
la Justicia, de los ejemplos a las Instituciones, del sagrario de la conciencia
individual a las leyes y a las personas que las interpretan. Cuando nos topamos
de bruces con los prófugos sirios, los heridos por el hambre, la sed o los
desahucios, de poco parece servir lo que
piensa Sófocles, el Talmud, el Evangelio, o la declaración de Estrasburgo. Pero
algo es algo. Que Europa se recuerde a sí misma cuáles son sus valores y qué
tipo de humanismo debería encarnar, no deja de ser una piedra en el zapato y
una alarma que advierte del camino equivocado cuando las leyes contradicen las
declaraciones. Una vez más, jornadas como éstas, escenifican las
contradicciones europeas, pero las contradicciones están para superarlas.
Lo
importante sigue siendo, como afirma también Borges en su archiconocido poema
sobre los “justos”, que “esas personas…están salvando el mundo” y su historia
no se dispersará en el viento: “la memoria del justo permanecerá para siempre”
(sal 112). Estos hombres y mujeres no abren los telediarios, ni se exhiben en
Facebook, pero están. “…Contribuyen
a la producción y al mantenimiento de
todo lo que puebla el mundo humano. Gracias a ellos, aunque sus nombres no son
jamás citados, las cosas avanzan verdaderamente y son efectivamente creadas y
conservadas: madres poco pródigas de sus cuidados, escritores fantasmas, amas
de casa, secretarias, obreros que hacen funcionar la fábrica a pesar de los
planes de los ingenieros y todos aquellos y aquellas que reparan las máquinas,
reconcilian a las parejas, rompen las cadenas de la maledicencia, sonríen,
alaban, escuchan, hacen que vivamos en buena inteligencia” (P. Levy).
La cadencia
de sus actos genera vida y marca la diferencia. Cualquiera de nosotros puede
ser uno de ellos.