José
Luis Guerra.
Profesor Instituto Teología de la Diócesis.
Mañana
celebramos el primero de Mayo. Día del trabajo y día para revindicar y
agradecer. Somos hijos de generaciones que, antes de nosotros, se batieron para
conquistar el reconocimiento de unos derechos que hoy nos parecen lo más
normal.
Tenemos poca memoria, o quizá, nos pase como a muchos niños de nuestras
ciudades que piensan que la leche envasada en tetrabrik viene de la
embotelladora correspondiente, como vienen los
batidos de fresa. Nunca han visto una oveja o una vaca y apenas si
relacionan una cosa con la otra.
El
complejo adánico es global. Creemos que todo ha empezado con nosotros y, por
eso, estimamos poco la historia. Tras el primero de Mayo hay hombres y mujeres,
sudor y lágrimas, luchas y logros que es necesario reconocer, celebrar. Muchas
generaciones de luchadores, lúcidos y valientes, están detrás de nuestro
derecho a un trabajo estable, a una sanidad para todos o a un retiro digno. Son
una referencia, mártires laicos, muertos
por revindicar una dignidad que
no alcanzaron y que, ahora tú y yo, nos vestimos desde que nacemos. Entender la
vida como donación, como pascua, también les atañe. Y, por eso, son referencia
y estímulo más allá de sus ideologías. El color de su sangre, derramada por
defender la dignidad del hombre, también es roja, del mismo color que la de
aquellos que mueren por su fe. Esto basta para mantenerlos en nuestra memoria,
es suficiente para hacerles un hueco en
el calendario. Mañana celebramos la fiesta del Trabajo, no es poco. La fiesta
del Trabajo, sin aditivo alguno.
Hubo
un tiempo en el que en la Iglesia queríamos rebautizarlo todo y a esta fiesta
se le llamó de San José Obrero. Como si el trabajo en sí mismo no fuera motivo
suficiente para vestir de domingo el calendario. Lo es. O como si hubiera que
borrar de la memoria cualquier avance o progreso que no hubiera nacido en los
aledaños de las sacristías. Por supuesto que no. Y San José, siempre dócil y
dispuesto, tuvo que pagar la fiesta. El santo de las sustituciones como le
llama Erri De Luca: sustituto del primer esposo de María y sustituto del padre
de Jesús.
Hoy
los primeros de Mayo no son aquellos de antes, sin primavera. Pero tampoco son
para tirar voladores. Se ha avanzado y la rayas entre clases se han ido
difuminando, pero no siempre. Los problemas son distintos y las causas
pendientes se acumulan, pero los pasos dados, ahí están. Se ha pasado del
“proletariado” de antes al “precariado” de hoy, pero las periferias siguen
existiendo. Geográficas y existenciales. Es urgente, por ello, - advertía hace
poco el obispo responsable de la pastoral obrera en España, Monseñor Algora – “seguir trabajando, si no, millones de
obreros seguirán cayendo del andamio social”.
“Siempre
me angustió la situación de los que son objeto de las diversas formas de trata
de personas. Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos:
«¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está
ese que estás matando cada día en el taller clandestino, en la red de
prostitución, en los niños que utilizas para mendicidad, en aquel que tiene que
trabajar a escondidas porque no ha sido formalizado? No nos hagamos los
distraídos. Hay mucho de complicidad. ¡La pregunta es para todos! En nuestras
ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las
manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda”. Así se expresa el papa Francisco en la
Evangelii Gaudium y, todos podríamos añadir a la lista más preguntas incómodas.
Periferias cercanas, cunetas al lado de la autopista, que seguirán reclamando
nuestra atención todos los días del almanaque.
En
la Casa Santa Marta del Vaticano, frente a la puerta del apartamento 201 que
habita el papa, hay una pequeña imagen de San José, una de las pocas cosas que
Francisco se trajo de Argentina. Es una estatua de madera que representa al
santo durmiendo: una referencia al evangelio que siempre nos presenta al Santo
recibiendo en sueños mensajes del cielo. Pues bien, bajo la peana de este pequeño icono el Papa Francisco deja cada día
cortos mensajes escritos pidiendo gracias. Con frecuencia los mensajes se
acumulan hasta el punto que San José no da avío. Y eso que trabaja a destajo.
Este
es el reto: trabajar, luchar, revindicar, denunciar, sembrar…pero no perder el
sueño. Batirnos por aquello en lo que creemos y dejar que la semilla crezca mientras
dormimos. Sólo aquellos obreros que creyeron en sus derechos pudieron morir por
ellos. Y aquellos derechos se abrieron paso, incluso, cuando ellos ya no estaban.
Ahora estamos nosotros y, con el poeta seguimos soñando, porque “hoy es siempre
todavía” (A. Machado).Gracias.