"En el pasado el futuro era mejor"
José L. Guerra. Profesor Instituto Superior de Pastoral de la Diócesis.
El miércoles, muchos periódicos y medios de
comunicación abrían sus noticiarios y portadas con una
información que jamás
habrían querido dar: el 45 presidente de Estados Unidos es Donald Trump. Poco a
poco se van recuperando del shock y con ellos se recupera, con la rapidez con
la que circula actualmente el rio de la historia, el mundo en general.
No ganamos para sustos. Si ya hemos olvidado los
aldabonazos de Austria, Holanda,
Francia, Polonia, Hungría y los países latinos que buscan en la extrema derecha
y en los populismos la respuesta a los
problemas actuales, el Brexit primero
y ahora el triunfo de Trump
contra todo pronóstico, queman las alarmas. El pitido es agudo y
claro…pero ¿lo escuchará Europa?
Observadores, sondeos y medios ha quedado
simplemente barridos por las urnas. Y este mundo nuestro a la búsqueda de un
alma descubre que no hace pie. Estados Unidos tiene una ventaja y es que, a pesar de todo, tiene una historia
y una Constitución capaces de unir a sus
ciudadanos por encima de la raza, la religión, sus diferencias, pero
Europa avanza cada vez más hacia una
fragmentación egoísta, nacionalista, sin un liderazgo capaz de cohesionarla y
devolverle su identidad.
En Estados Unidos, los católicos también se han
dividido a partes iguales entre republicanos y demócratas, pero tantos unos
como otros coinciden en agendas comunes en el ámbito de lo social. Es ahí donde
podrían irse cosiendo las heridas de una campaña diabólica e ir sanando a la
sociedad. Esa es, sin duda, una tarea que habría que acelerar.
La Conferencia de Obispos de Estados Unidos se
reunirá la próxima semana en Baltimore para elegir el nuevo equipo directivo
del episcopado, hasta el momento tan dividido como el resto del país. Muchos se resisten a las iniciativas del Papa
Francisco y viven parapetados en una especie de bunker cultural que les reduce
a simples agentes políticos. “En lugar de sanar heridas y anunciar un camino de
justicia, los obispos no han llegado a un consenso entre ellos sobre cómo
avanzar en la unidad,” sentenciaba hace unos días el progresista periódico
católico National Catholic Reporter.
Tampoco es muy tranquilizador el decorado de fondo,
que dejó en su momento el comentario,
nada ambiguo, del Papa. Preguntado, en el viaje de vuelta a Méjico, sobre el
proyecto de muro que Donald Trump ha prometido levantar entre Méjico y Estados
Unidos si llegaba a la presidencia, afirmó: “Todo aquel que quiere construir
muros en lugar de puentes no es cristiano. Ese no es el Evangelio. Votar o no.
En eso no me meto. Sólo digo que aquel que dice eso no es cristiano”. La
reacción del millonario americano fue inmediata: “Que un líder religioso ponga
en duda la fe de una persona es de
vergüenza. Estoy orgullosos de ser cristiano -
(presbiteriano)- y no permitiré
que la cristiandad sea constantemente atacada y debilitada”. Semanas más
tardes, opinaba en una entrevista: “El Papa no comprende los problemas de este
país”. Este tiroteo dialéctico, explotado por los adversario de Trump y
criticado por muchos republicanos como una injerencia política por parte del Papa, dio para algunos
titulares a lo largo de algunas jornadas
y concluyó cuando Trump apaciguó el patio declarando a la CNN que “el Papa es
un tipo formidable…Yo no quiero polemizar con él…Le tengo mucho respeto.”
Después de la retórica de las elecciones, comienza
la función. Y, como decía en su discurso su contrincante política, “Trump se
merece una oportunidad“. En eso estamos y los primeros síntomas nos dan un
perfil más relajado y contenido del personaje. ”Comienza la hora de gobernar en
favor del bien común, la defensa de la vida y la protección de los inmigrantes…” advierte en una nota oficial el presidente de
los obispos de la Iglesia americana. Una Iglesia donde el sector más
joven, dinámico y prometedor habla
español y procede de la América latina.
Son muchos los problemas pendientes en este inmenso
y gran país. Pero, no se puede silenciar la voz y la frustración de la América
profunda que Trump ha sabido sumar a su causa. Que le sepa dar respuesta, es
otra cosa. En principio hay que esperar.
Mirar al futuro pasa siempre por no olvidar el
pasado de dónde venimos, que ha sido lo que nos ha hecho grandes. En otros
tiempos el futuro movilizaba… hoy sigue habiendo futuro, pero esta sociedad se
empeña en andar con las luces cortas. Las preguntas siguen siendo las de
siempre, pero no basta con reformular eternamente el descontento. Hay que
traducir el enojo de los más débiles en iniciativas políticas. Y eso requiere
mucho más que retórica.
En política, como en cualquier otra dimensión social
o eclesial, es imprescindible más que nunca, la inclusión. Aquí y allá, todos tenemos
aportaciones que hacer. En este sentido, los cristianos deberíamos tener claro
que el futuro ideal que nos aguarda aún no ha llegado y tenemos que seguir
esperándolo, trabajándolo en cada gesto, en cada ocasión. Esa podría ser, en
estos tiempos planos, nuestra gran aportación como Iglesia.
Pongamos las luces largas, pero sin olvidar que
sigue siendo relevante el principio de que “toda política es local.” O, como dice San Ignacio:
“No tener límite para lo grande, pero concentrarse en lo pequeño”.