José L. Guerra de Armas. Profesor Instituto Superior de Pastoral de la Diócesis.
Nunca
me he sentido cómodo al hablar del aborto. No es cómodo. En la mayoría de los
casos, si no siempre, esta tragedia se reduce a los lugares comunes de la
“elección” de la madre o a la retórica de los derechos. Pero el aborto produce muchos
daños colaterales y, sobre todo, es un tema tabú más allá de lo políticamente
correcto. Por eso no es extraño que, a raíz de la carta Apostólica del Papa
Francisco con ocasión de la clausura del Año Jubilar, los medios crepiten con
informaciones que han hecho de este tema el centro de la noticia y de la
perplejidad…Porque ¿qué ha dicho el Papa Francisco del aborto?
Nada
nuevo sobre la condena del aborto por parte de la Iglesia. Sigue y seguirá
siendo un pecado grave “porque pone fin a una vida inocente”, dice el Papa. Con este documento Misericordia et
misera el Papa Francisco ha querido confirmar algo que ha repetido y repite,
una y otra vez: Se han cerrado las puertas abiertas en San Pedro, en las
catedrales y en los santuarios de todo el mundo, pero jamás se cerrarán las
puertas del corazón de Dios. Por eso,”para
que ningún obstáculo se interponga entre la petición de reconciliación y el
perdón de Dios, de ahora en adelante concedo a todos los sacerdotes, en razón
de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado
de aborto. Cuanto había concedido de modo limitado para el período jubilar, lo hago ahora permanente.”
Este es el pasaje de la Carta donde se menta la cuestión: extensión
definitiva a todos los sacerdotes de la facultad – excepcionalmente
introducida ya a lo largo de todo el Año Santo
- de absolver al que haya cometido el pecado grave del aborto
y se acerque al sacramento verdaderamente arrepentido. “No existe –continúa el
Papa – pecado alguno que la misericordia de Dios no puede alcanzar y destruir
cuando encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre”.
Hasta este momento la absolución del pecado del aborto estaba reservada
al obispo o a aquellos sacerdotes indicados por él. Así lo indica el Derecho
Canónico. A partir de la publicación del documento al que aludimos, el Código
debe ser actualizado. Este es un conjunto de leyes – ha explicado el cardenal
responsable del Año de la Misericordia -
y desde el momento que una intervención del Papa modifica una norma debe
cambiarse el artículo que afecta a esa disposición concreta”.
La excomunión, que es la pena eclesiástica más severa, rompe la comunión
eclesial, impide al que se le aplica recibir los sacramentos y, en particular,
la Eucaristía. Afecta a todos los que intervienen en el caso específico del
aborto, y el perdón – por tanto la incorporación a la comunidad eclesial –
también afecta a todos los que personalmente se arrepienten. Comprende, por
tanto, a todos los actores para mal o para bien.
Hasta hoy, según el Código, el aborto es uno de los pecados que conlleva
la excomunión “latae sententiae”, es
decir, conlleva la excomunión en el acto, sin que tenga que pronunciarse en
cada caso.
Evidentemente, una decisión así requiere conciencia y libertad personal
plena. Incluso el conocimiento de la pena eclesiástica que lleva consigo un acto
como ese, o al menos se sospeche su penalidad particular para que sea efectivo
el castigo.
Como vemos nada nuevo “sub sole”. Desgraciadamente las prisas llevan a
desenfocar los acontecimientos y muchos de los que en estos días han
pontificado sobre el tema evidencian que no habían leído el documento. El texto
dice lo que dice, ni más, ni menos. Por tanto el Papa ni ha despenalizado el aborto,
ni ha abierto atenuantes al hecho “aborrecible” en sí mismo. Sólo ha querido
dejar claro que, ni siquiera en esos casos, Dios cierra la puerta de su
misericordia al que se acerca, arrepentido, al sacramento de la reconciliación.
No es poco.
Para facilitar el reencuentro con esa misericordia, en situaciones con
frecuencia traumáticas en las que duele hurgar en la herida aquí y allí, ha
extendido la facultad de perdonar y, consecuentemente, de levantar la
excomunión, a todos los sacerdotes de forma permanente.
Por otra parte, esta praxis ya estaba vigente en muchas diócesis, bien de
forma permanente en algunas iglesias
locales, bien en períodos de particular relevancia religiosa en las más. Esto
es todo, aunque lo más importante de este documento seguirá trayendo cola: Dios
no se cansa de perdonar. ¡Qué bueno!